sábado, 7 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
           Capítulo XXXIII
      Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson


El fiscal, a diestra y siniestra, envió oficios y órdenes pidiendo la comparecencia de supuestos involucrados.
 Su tío, directivo de la Cámara de Comercio de la ciudad, lo visitó inesperadamente en su despacho. La intención evidente, era alentar a su sobrino en la querella contra los ferrocarriles privados. Además, el hombre portaba un mensaje verbal, nacido al calor de reuniones informales, llevadas a cabo por representantes de organizaciones con intereses perfectamente predeterminados en la comunidad.
-Nos sentimos muy gratificados por tu decisión sobre llevar a cabo el juicio -dijo el visitante para entrar en tema- yo, como tu tío me siento orgulloso.
Hacer justicia con esa pobre criatura, será un acto que nos dignificará. Por eso te quiero pedir, en nombre mío y en el de todas las organizaciones decentes de esta ciudad, que no te debilites, que todo un pueblo te está apoyando, que sigas todas las pistas habidas y por haber. Queremos que no dejen de declarar todos los posibles sospechados. Los directivos de ferrocarriles, pero también los funcionarios provinciales y estatales, responsables de controlar el desempeño de estas empresas. El maquinista, el guardabarreras, la empresa que pone las vías, todos, ¡por favor!

El fiscal no pudo dar crédito a sus oídos, las palabras del hermano de su padre lo sorprendieron y asombraron sobremanera.
Por más que se esforzó, no lograba recordar en toda su vida, hasta ese momento, ninguna declaración de él en favor de la justicia, o de pretender liderar algún movimiento, batalla o protesta en defensa de los desprotegidos. Si su memoria no lo traicionaba, ocurría todo lo contrario.
Recordaba a ese cuerpo flaco, casi ovillado, en un rincón del mostrador, indefectiblemente vestido de negro, elaborando cuentas, no participando nunca en los comentarios, urdidos, por clientes habituales con sus otros hermanos. Parecía un desinteresado de todos los temas. Sus saludos eran por lo general hoscos, solo esbozaba una sonrisa muy de vez en cuando, sobre todo, cuándo los corredores de créditos que tenía la tienda, le entregaban las mensualidades cobradas junto con las fichas correspondientes.
Entonces su rostro se transfiguraba, sus mejillas enrojecían y quien lo observara podía descubrir en sus ojos un enigmático resplandor. Sus dedos comenzaban con gran agilidad a separar el dinero de los cheques, luego revisaba si se encontraban correctamente extendidos y todos firmados. El tío del fiscal abría entonces una gran carpeta, que como el fuelle de un bandoneón, dejaba a la vista doce divisiones, cada una correspondiente a un mes del calendario, en ellas introducía los valores recibidos por orden de riguroso vencimiento.
Contar dinero, existencias de mercadería y modificar listas de precios, era lo que lo movilizaba. El fiscal no recordaba a su tío hablando de cine o de fútbol, tampoco de mujeres, y mucho menos, de cuestiones políticas y sociales. Cuando charlaba en reuniones familiares intimas, solo se refería a los negocios hechos y a los que a su criterio, podían resultar en un futuro inmediato, y a veces, murmuraba entre dientes, criticando a aquellos que pasaban horas en el café: “discutiendo principios y descuidando sus negocios”. En esos casos sostenía que cada uno era el arquitecto de su propio destino y que lo mejor, en lugar de ocuparse de los problemas ajenos, era estar atento al lápiz para no perder.
El fiscal notó, que para su tío, físicamente, el tiempo no había transcurrido, su aspecto no presentaba deterioros, ni siquiera alguna profundización en las arrugas de su piel, incluso sus cabellos, no fueron ganados por las canas. Lo recreaba en aquella tienda de su juventud, y concluía, que definitivamente, era el mismo hombre que hoy visitaba su juzgado.
-Pero ¿que te pasa sobrino, te comieron la lengua las ratas que pasean por los expedientes? -De pronto el tío sorprendió sus pensamientos-, te quedaste mirándome como si hubieras visto un fantasma.
-En cierta forma sí, porque veo que para vos no pasan los años. Pero no puedo negar que lo que me asombra es tu repentino interés por lo público, por hacer justicia por algo que le pasó a una piba, que en otras circunstancias, le hubieras negado a su familia la posibilidad de comprar ropa a crédito en la tienda.

El tío carraspeó, se paró y caminó por la habitación, estaba nervioso tratando de encontrar las palabras justas para una contestación adecuada.
-Ignoraba que tenías esa imagen de mí. Admito que aunque la misma pueda tener alguna cuota de realidad, también es cierto que una cosa es el negocio, del cual depende la salud y el bienestar de la familia, y que por eso, niegue créditos que sé impagables de antemano. Y otra cosa, aún más importante, es luchar por el bienestar de la ciudad, porque de ello también depende el nuestro como familia. 

Se quedó callado y agigantó sus pasos para abrazar, con el rostro lleno de gozo, a su sobrino. Mientras comprimía el ambo perfectamente planchado del fiscal, le habló al oído:
-Esta desgracia de la chica, nos trajo a todos una prosperidad como hace muchos años no se veía, pero sabemos que esta bonanza tiene patas cortas.
En unos días, no más, se irán los periodistas y con ellos todos los curiosos, porque será otra noticia, en otro lugar la que ocupe las pantallas.
Nuestro destino es volver al letargo y a la siesta pueblerina, eso lo sabemos, pero también hemos decidido detener todo lo posible ese final conocido. ¿Cómo?, manteniendo atareada a la prensa para no perder consumidores y usuarios. Vos tenés que sacar de la galera, todos los días un funcionario o empresario importante para interrogar, si podés, pedís la prisión preventiva de alguno.
Vas preparando todo muy lentamente, pero en forma contundente, hasta arribar al juicio oral, ese será sin duda el gran show, en el cual esperamos contar con un lleno completo.
No me defraudes sobrino, te adelanto que el juez, nos ha dado su palabra de declararse competente en todo lo que le envíe tu oficina.

El pariente carnal se retiraba cuando el fiscal comprendió, que aquel tendero era el mismo, solo que los años, le sirvieron para desarrollar capacidades dormidas.


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