sábado, 21 de septiembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
        Capítulo XXXV
Otra entrega de la obra inédita e inaudita de 
                Eduardo Wolfson

-Nuestra historia nos enseña muy bien que los ejércitos de la patria se formaron con héroes. -Prologa así el Intendente su discurso, y continúa- No fueron otra cosa, aquellos generales de la civilización. Me refiero a los Rivas, los Paunero, los Elías, los Rauch, los Conessa, los Mitre, los Escalada, los Baigorria, y tantos otros, como nuestro benemérito fundador.
Pero tampoco fueron mucho menos aquellos enviados por la barbarie. Digo los Coliqueo, los Pincén, los Catriel, los Namuncurá y sobre todo, el gran Cafulcurá, de quién se dice que tenía dos corazones, y que ambos, aún hoy, siguen latiendo debajo de esta tierra bendita.
Barbarie y civilización mezclaron su sangre, transformándose en el combustible enérgico y arrollador, capaz de producir para el mundo una nación nueva, pujante y de iguales.

La multitud prorrumpió con un aplauso cerrado, el mandatario agradeció con los brazos abiertos, para luego agitar las palmas de la mano, rogando silencio:
-Dije al comienzo que los ejércitos de la patria se formaron con héroes, y sostengo, que las sociedades se fortalecen con sus heroínas. Mujeres de cualquier condición, que a lo largo de su vida les toca desempeñar una multiplicidad de roles. Son valientes esposas, abnegadas madres, sacrificadas administradoras del hogar. Son las que en silencio, sin protestar, sin siquiera emitir una queja esperan llenas de fe los pequeños milagros cotidianos que producen los suyos, gracias al aliento infinito, que ellas, desde su modestia les prodigan.
Hoy nuestra comunidad, se reúne en su plaza central, para dar testimonio, honrando a su heroína mejor acabada. Que su corta edad no nos confunda, pues ella condensa la solidaridad, la fraternidad y la humildad, virtudes que todos tomamos como propias, para llevarlas en nuestra dignidad como estandarte de valor.

Las palabras cesan, el intendente, acostumbrado a oír el silencio que produce el impacto, decide prolongar un poco más la pausa. Su mirada es para Virginia, suspira, y prosigue:
-Hoy todos miramos a Virginia, hoy todos queremos ser un poco Virginia, hoy todos estamos orgullosos por ese ser maravilloso, milagrosamente llamado Virginia.

El funcionario eleva la vista, abre sus brazos, se detiene, y al fin, baja la frente. Su expresión, aparenta contener a los presentes, agrega:

-Invito a mi querido hermano y a todas las autoridades presentes en este palco, a acompañarme en busca de Virginia, para luego, todos juntos, desprender la tela que cubre la obra y dejarla así, oficialmente inaugurada.

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