domingo, 21 de octubre de 2012


Otro mundo es posible
        
-No me digas que te perdiste cuando desde una terraza los llenaron de molotov a la cana.
         Fredi de la LVR, excitado como cuando se juega el clásico River y Boca, describe el Cordobazo.
         -Pero ¿qué clase de delegado de práctico sos?...todo Córdoba está en la calle. En lugar de tanta paja, mirá televisión gilún
         Es una iglesia protestante en el barrio de La Boca. La facultad, después de los últimos despelotes está cerrada. Los amantes de Calvino y de Lutero nos protegen, nos prestan su cenobio para realizar una asamblea en la clandestinidad.
         Estamos todos, los cánticos desalojan cualquier liturgia. Vengan de dónde vengan, se aprueban todas las mociones. Nunca he visto tanta unidad en los contrarios.
1) Publicar solicitada en los diarios, pidiendo a la población su solidaridad, por las represalias que somos victimas.
“Se aprueba”.
2) Pegatina de afiches alentando la lucha del pueblo cordobés.
 “Se aprueba”
3) Exigencia de liberación de todos los presos políticos.
“Se aprueba”
4) Apertura inmediata de la facultad.
“Se aprueba”
5) Invitar a los obreros a unirse a nuestra lucha, marchando con nosotros y abandonando sus fábricas.
“Se aprueba”
6) Formar comisiones para garantizar las acciones logísticas y de agitación de todas las mociones aprobadas.
“Se aprueba”
         Los responsables de comisiones levantan la mano haciendo proselitismo para que nos anotemos. A los codazos, como muchos otros, trato de acercarme a una pelirroja, trostkista e infartante que trata de mantener su diestra bien en alto.
         Ya estoy en el grupo de Lali, otros me envidian, pero en el colectivo no hay lugar para todos. Nuestra misión es sencilla. Distribuir a los trabajadores de la planta de Winco, los volantes que garantiza otra comisión. Con Lali y los cinco integrantes (cambiando de bares para no despertar sospechas), discutimos el operativo. Nos encontramos en barrio norte, Coronel Díaz y Santa Fe. Dos de los nuestros, esgrimiendo excusas inobjetables, han desertado sin concluir el recorrido, pero dejando la promesa firme de su presencia, al día siguiente, en la salida de la fábrica.
         Una compañera cargosa y muy fea, discute con Lali a favor del amor libre. Los tres nos acomodamos en una pizzería. Lali, a pesar de su troskismo, insiste en que para coger tiene que haber amor, mientras que la latosa, inoportuna y no dotada, sostiene la legitimidad del ejercicio del sexo en el “todos contra todos”. Los ánimos se caldean y las voces femeninas trepan en el salón.
         -¡Compañeras!_digo mirando a la pesada_ hay estado de sitio.
         Mi intervención minusválida tiene éxito. La insoportable deja el importe de su consumición, y ofendida, se despide manteniendo el encuentro para mañana.
         Lali y yo caminamos por Las Heras hacia el bajo. Es noche cerrada. Trato de hablar de nosotros, su proximidad y la soledad de la avenida, se prestan para pasar al tiempo apasionado. Pero es inútil, no puedo darle vuelta la página.
         Medio mimosa, Lali me pregunta donde queda Winco. ¡Casi me quedo mudo!:
                   -En ciudadela.
                   -Y eso, ¿por dónde es?
                   -Pasando Liniers.
                   -¿Es muy lejos?
                   -¿No conocés Liniers?
                   -No.
         Me callo, guardo mi agresividad revolucionaria en el bolsillo. Prefiero deleitarme mirando sus formas. Acepta que tomemos un café en el Blasón, se respira el aroma húmedo de la madrugada. En frente, los bancos de la plaza lucen parejas achichonadas. El mozo nos sirve las infusiones relojeando a Lali, pero ella me habla del topo gigio:
         -La televisión reemplazó la figura humana por un ratón. En los hogares, sus miembros, desarrollan emociones, sentimientos y afectos hacia un animal, que por otra parte, tradicionalmente, da escozor y es símbolo de la peste. ¿Te das cuenta?, es el imperialismo que utilizando un medio cultural e invasor, penetra en los hogares obreros para confundir sus sentimientos, al mismo tiempo que trata de impedir que el pueblo ocupe roles hegemónicos.
         Son las dos de la madrugada y yo le sigo prestando mi cara. No se me ocurre nada para quebrarle la bajada de línea permanente.
         Propongo acompañarla hasta la casa. Me dice que no es conveniente porque está quemada. Insisto. Acepta que lo haga hasta la esquina. Salimos, esta vez solo caminamos 2 cuadras por la calle Gelli y Obes. Se despide, hago que retrocedo, pero amparado en una columna de luz espío. Lali entra a una mansión, tal vez una herencia de un antepasado burgués. Nadie está exento.
                                                                   Eduardo Wolfson



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