sábado, 25 de mayo de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."

Capítulo XVII Obra inédita e inaudita de Eduardo Wolfson



El Intendente recibió al gobernador en el aeropuerto. Se abrazaron hasta el último destello de flash disparado por la prensa escrita. Abordaron juntos la conocida limusina negra de vidrios espejados, seguidos por sus respectivas custodias.  Transitaron el itinerario parsimoniosamente, concediendo tiempo a los periodistas llegados de todas partes, para recuperar sus respectivos puestos frente al gran sanatorio.
A la entrada, ambos cuerpos de guardaespaldas formaron un pasillo. El director médico, muñido de su guardapolvo nuevo y una gran sonrisa, aguardó marcialmente a las autoridades.

Minutos antes, la esposa del facultativo, dueña de un entrenamiento físico y ligereza mental excelente, debió sortear una carrera de obstáculos, evitando que la muchedumbre de curiosos, llegue a desplanchar el hábito hipocrático de su esposo.
La mujer pidió permiso y saltó la tapia de la casa vecina al sanatorio. Con el brazo derecho elevado, sosteniendo la percha, escaló con sus zapatos de tacos altos, unas tablas dudosamente clavadas en un viejo gallinero. Una vez en la cima de esa pared irregular de ladrillos huecos, se afirmó erguida oteando hacia el jardín del policlínico. Divisó a una pareja que se dispensaban toda clase de caricias, amparados en la fronda del lugar. Haciendo equilibrio, soportando el peso del uniforme del galeno, y manteniendo su garbo de consorte adscripta al linaje profesional de la ciudad, la dama solicitó ayuda. El médico y la enfermera dejaron sorprendidos la arboleda. Al divisarla se paralizaron, pensaron en huir, en dar explicaciones, en donarla como alimento para las gallinas.
Al fin triunfó la sensatez. La paramédica tomó con sumo cuidado la prenda y el doctor, con sus dos brazos alzó a la dama depositándola suavemente en el piso y sobre sus pies

El vocero de prensa del Gobernador señaló, que el mandatario y el Intendente, reunirían a los medios al finalizar la visita. Mientras tanto, en la habitación de Virginia, la más amplia y lujosa del nosocomio, los camarógrafos aguardaban la orden de transmisión.
Virginia, montada en una silla de ruedas apretaba sobre su pecho una manta con la inscripción muy visible: “Sanatorio Privado Community”.
El protocolo puso en escena al Gobernador, seguido por el intendente y algunos funcionarios de la provincia, luego los de la ciudad. Los magistrados depositaron un beso en cada mejilla del rostro lánguido de la convaleciente, abrazaron a su madre, pronunciaron palabras afectuosas y solidarias que, políticos al fin, engolada y certeramente expresaban. Cualquiera, en cualquier punto del país, gracias a la televisión vivió aquel momento.
La autoridad provincial desenrolló un diploma. Entre aplausos, apretones, manos estrechadas, y poses repetidas para reporteros gráficos inseguros, un primer plano exhibió las letras ostentosas del pergamino, prometiendo:” financiar los estudios de Virginia, en los mejores colegios y universidades privadas del país”.
El Intendente extrajo un as de la manga: la donación municipal. Los fotógrafos no pararon de salpicar sus luces sobre la escritura pública.  El documento, cedía a Virginia, la titularidad de un lote familiar en la nueva necrópolis privada de la ciudad. Hubo murmullos, asombros, otra vez aplausos y una pregunta desubicada y atrevida, de esas capaces de sacar de contexto las respuestas de un entrevistado:

-¿Es cierto, señor Intendente, qué entre los accionistas principales de la sociedad propietaria del cementerio privado, se encuentran las respectivas esposas de varios funcionarios municipales, entre ellos, la suya, la del Presidente y Vice del Concejo?

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