sábado, 5 de octubre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió..."
        Capítulo XXXVII
         Otra entrega semanal de la obra 
                                       inédita e inaudita de Eduardo Wolfson

La sorpresa dejó atónita a la multitud. Por el sobresalto, nadie tomó en cuenta la suelta de palomas, que tuvo lugar, en el momento que cayó la cobertura de la obra.
En esta oportunidad no hubo pedestal, como la repetición suele construir en el imaginario colectivo. La concurrencia no fue atrapada por la figura, sino por los colores chillones y contrastantes. Verdes, rojos y amarillos, que irrumpieron hirientes en el escenario.
Después del asombro, el gran silencio, y recién entonces, el observador se encontró en condiciones de visualizar la hechura.
Las primeras en escandalizarse, fueron las damas de beneficencia de la parroquia y “las Adoratrices de Virginia Amor y Vida”. De sus rostros, los medios tomaron el gesto adustamente indignado, y así lo mostraron en sus noticiarios esa misma noche.
 El Obispo sacudió su cabeza, pegándose sus orejas con ambas manos. Las directoras de colegios primarios, se auto convocaron, con la venia del supervisor del consejo de educación decidieron retirarse de la plaza junto a sus alumnos, formados y desfilando en perfecto orden.        
Algunos camarógrafos alcanzaron a registrar al Intendente sufriendo una lipotimia, y otros, cuando era rescatado por una ambulancia. Los periodistas corrieron detrás de las autoridades o vecinos notables en dispersión. Todos se mostraban esquivos con la prensa, algunos al ser interpelados se negaron a las palabras para dejar impresas muecas de fastidio. Los únicos que buscaron una cámara para hablar fueron los artistas plásticos, agremiados de la ciudad:
-Queremos manifestar que nuestra institución -comenzó frenético su principal representante- rechaza, repudia y denuncia esta afrenta a la ética, el pudor, la moral y las buenas costumbres, y sobre todo, como artistas queremos decir que nos sentimos agraviados, al confundir este mamarracho que hoy luce esta plaza, con una obra de arte.

El único que se mostró altivo y congratulado, fue el autor de la obra escultórica. Al día siguiente, convertido en foto de tapa del matutino de más tirada, lució su estampa, junto a las dos piernas femeninas adultas moldeadas en resinas, sensualmente torneadas. 
Las extremidades simulaban una caminata erótica sobre el césped. Un zapato con taco alto de un metro de altura, en el que se apoyaba la pierna derecha, fue el que sirvió de base a toda la obra. El miembro formaba un ángulo a la altura de la rodilla, que desplazaba del centro del conjunto a la parte superior de la misma. Desde ella, se desprendía la pierna izquierda que no llegaba a apoyarse en el suelo planteando una sensación de avance, así, la planta del segundo zapato tomaba posición vertical, y su taco, como si se tratase de un arma, apuntando al edificio del Honorable Concejo Deliberante.
En el centro de la plaza, en reemplazo del prócer que ya servía de refugio a las aves de la ruta, quedaban dos piernas gigantes, calzadas con zapatos color rojo abigarrado, trayendo remembranzas de aquellos que en otros tiempos, usaban las prostitutas callejeras. En perspectiva, desde cualquier extremo del predio, se tenía la sensación que aquellas piernas solitarias se dirigían hacia la Catedral.
El acto tuvo un final inesperado, ninguno de los vecinos caracterizados, ni la gente próspera, ni tampoco las autoridades pudieron soportar el bochorno. La sola idea de quedar reproducidos en alguna foto o filmación como avalando la sorprendente insolencia, los espantaba. El desbande fue general, los principales lugares quedaron vacíos en un abrir y cerrar de ojos. Sobraron los minutos para que el paisaje cambie.
Solo quedó el escultor junto a toda la prensa frente al monumento, los padres de Virginia inmediatos a su hija en la silla de ruedas, a la espera de quien les indique, cual tendría que ser el próximo movimiento.
Los periodistas, como de costumbre, arreciaron con preguntas desordenadas que se acumularon y mezclaron en un espacio virtual. El artista esperó impasible hasta que la andanada de interrogantes acabó. En el primer silencio, con vos aguardentosa pero muy pausada respondió:
-Estoy acostumbrado a que se me difame, ello sucede porque para esta sociedad de tenderos, rentistas y estancieros chupacirios, lo primero y único que cuenta es la chatura de su paisaje inmediato, junto claro está, a los ceros que acumulan sus cuentas bancarias. Esta realidad les concede una concepción avara, los muestra incapaces para conmoverse con el simbolismo que expresa una obra de arte.

Un reportero lo interrumpió comentando:
-Pero más que no apreciar lo simbólico de su obra, la gente parece haberse dispersado por sentirse ofendida y terriblemente humillada, justamente porque interpretaron el mensaje que su escultura expresa.
-Para entender un mensaje, es condición esencial poseer antes que nada pensamientos propios. -Admitió el escultor, agitando por primera vez sus brazos- Todos los que hoy huyeron de esta plaza, no lo hicieron por sentirse agraviados en su persona. Si les preguntan individualmente por qué tomaron esa actitud, dudo mucho que obtenga una respuesta satisfactoria.
Esto sucede simplemente porque existen instituciones anquilosadas, pero que todavía piensan por ellos. Por ellas, o a través de ellas, es que conocen que esto está mal, aquello está bien y cual es la actitud que deben tomar en cada caso.

Con el ánimo de complicar, peyorativamente, lo obstaculizó un periodista:
-¿Nos podría explicar cual es entonces el símbolo que quiso plasmar en estas dos monumentales y torneadas piernas femeninas, y que tienen que ver ellas, con el homenaje a Virginia?

El artista se acarició la barba, abanicó su mano derecha, para que no lo ahoguen con los micrófonos sobre el rostro, prendió luego un cigarrillo y miró su escultura:
-Un símbolo no se explica señor, para que la abstracción nos inunde y se transforme en luz, es necesario poseer a priori una sólida formación, una más elevada sensibilidad para humanizar nuestra percepción de la vida.
Yo estaba en mi atelier cuando me impactó la noticia. Recuerdo que todo mi ser tembló, aquella extraordinaria valentía se amalgamaba a la tragedia.
Mis visiones, nubladas por lágrimas gruesas, recortaban en pequeños cristales aquel hierro monstruoso de la horripilante formación amputadora. También, como parte de un rompecabezas para armar, se incorporó al escenario el valor infinito de la amistad.
En ese instante, supe que en mi vida nada iba a tener sentido sino plasmaba con mis manos aquel retazo, hecho de momentos, que vivía nuestro pueblo.
A Virginia niña le amputaron las piernas, puede haber algo más trágico y doloroso para un corazón infantil, yo creo que no. La Virginia mujer sufrirá la ausencia de sus piernas, y seguro que se preguntará, ¿Serían bellas? Las piernas de Virginia simbolizan para ella y la comunidad lo ausente.
Con mi modesta obra de arte, no hice otra cosa que volver evidente aquello que para la sociedad y la niña estará siempre ausente.


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