sábado, 16 de noviembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió"
          Capítulo XLIII
Otra entrega semanal de la obra inedita e inaudita de 
Eduardo Wolfson

           
            La rebelión popular, de hecho, colocó una vez más en todo el espectro nacional a la ciudad de Virginia. Los principales medios de comunicación, tomaron en cuenta que para competir, ya no bastaba con repetitivas y meras crónicas, o con la organización de colectas para auxiliar a las necesidades de la victima.
            Los reportajes a sectores en pugna vinculados al tema, o a personajes famosos disímiles, carecieron de valor marketinero, para insistir y legitimar, ese tipo de producción como garantía de una buena medición de audiencia.
            Un exitoso gerente de programación dio en el blanco, cuando recordó aquella olvidada teoría de los dos demonios y a uno de sus creadores.
            El abogado, filósofo y estanciero, que encontró su vocación en un pretendido periodismo reflexivo, resultaba el indicado, para abordar un programa especial, austero.             El hombre, acostumbrado a transitar sus relatos con más dudas que certezas, lograba hacer presuponer al televidente, que se hallaba inmerso en un discurso cargado de sentido.
            Un locutor en off, presentó con voz engolada a las empresas y consultoras auspiciantes. Entonces la cámara tomó un primerísimo primer plano de la tapa caoba de un escritorio. Sobre él, solo un par de lentes de fino armazón dorado.
            Por fin, el zoom se distanció, para descubrir la figura del protagonista. Sonriendo a las pantallas, tomó las gafas por las patillas, y jugó con ellas, otorgando un amaneramiento de gestos a toda su alocución:
-Aquí, en este recinto que guarda para mi tanto afecto, siento a niños, imaginariamente, correteando por la plaza. Inocencia que en su ciclo evolutivo se transformará inexorablemente.
         Me pregunto entonces, como tantas veces, ¿Si es verdad que en esas criaturas habita el germen de los hombres del futuro?
         En todo caso, también me pregunto que es la verdad. ¿No me estará engañando ese rayo de luz que refracta en los cristales de mis anteojos, al susurrarme que quién lo manda es fuente de energía?
         Ustedes, señores televidentes, tal vez se sientan incómodos con este preámbulo, pero creo que es imprescindible transmitirles, más que un conocimiento revelado, la sustancia que anida en una sensación, que por cierto, será única e irrepetible, aunque no me permito perder de vista la síntesis de múltiples causas determinantes.
         Sirva esta introducción, para preguntarnos una vez más ¿Es Virginia una elegida por la vivisección o una victima? Vivisección, como ustedes aprecian, viene del latín (vivus, vivo, sectio). Decimos esto, de aquel ser que es sometido a una operación, que nos permitirá estudiar fenómenos fisiológicos. En cambio, victima, que también proviene del latín, se le dice a una persona que padece por culpa ajena.
         Entonces me pregunto y les pregunto: ¿Es Virginia una persona que padece por culpa ajena?, o más acertado, sería investigar sobre ¿Si es un ser apto para estudiar en él nuevos fenómenos fisiológicos? Pero estos interrogantes, si bien son densos, no alcanzan para completar el cuadro.
         Se me ocurre en este instante de la reflexión, dejarles un disparador para compartir. Me pregunto: antes de los sucesos, ¿Quiénes sabían en el mundo de la existencia de la ciudad de Virginia? Les recuerdo que “existir” viene del latín (existire) y significa “tener el ser”. En cambio, cuando decimos existencia, nos referimos al “estado de lo que existe”.
         En nuestro “tener el ser” en la ciudad de Virginia, indudablemente, visualizamos un antes y un después. En el antes, nos resulta muy difícil vislumbrar el “estado de lo que existe”. Pero si podemos afirmar que en el después, esta categoría se nos transparenta. Pasamos de un “tener el ser”, al “estado de lo que existe” en forma plena.
         Pero otra vez la duda nos asalta cuando nos disponemos a formular cualquier hipótesis: ¿Es solo Virginia, nuestra “vivisección”, la que posibilita el puente que une el “tener el ser” de su ciudad al “estado de lo que existe” en lo urbano?
         Creo que pecaríamos de obtusos, si negamos que por lo menos se necesiten dos extremos para mantener una viga. Les quiero significar, que sin la presencia del ferrocarril, a Virginia no le alcanzaba para adjudicar al “tener el ser” el “estado de lo que existe”.
         Como primera hipótesis, podemos arriesgar que “la ciudad que hoy todos miramos existe para los demás, porque Virginia, unida al ferrocarril lo ha posibilitado”.
         Si la conjetura es correcta, hay algo que no comprendemos: ¿Por qué los medios componen la figura de victima en Virginia, y la de victimario en los ferrocarriles?
         En la antigüedad, el victimario era un sacrificador de sacerdotes, lo que hoy vulgarmente denominamos asesinos. ¿Puede una formación de vagones y una locomotora ser victimaria? ¿No es contrario el sacrificio al “estado de lo que existe”? ¿No es más plausible decir que Virginia es la Vivisección y que la empresa del riel es el vivisector, o sea el que efectúa las vivisecciones? De ser así, nuestros dos pilares no resultan contrarios, como quieren hacernos creer, sino complementarios. 
         Para el hombre en bruto, ese que genéticamente es sólo “sexo, economía, poder y trascendencia”, esta niña Virginia, antes del episodio que debió transitar, era menos que una forma. Tengo la profunda convicción, que para ese hombre en bruto, Virginia no se encontraba instalada en su imaginario.      Ahora bien: ¿Cuándo irrumpe en él?, ¿Cuándo comienza a hacerse forma?
         Las respuestas nos son esquivas. Pero entre las brumas, percibiremos solo una perla genuina, y es que el imaginario del hombre en bruto, jamás pudo acceder a la forma de una Virginia completa, porque cuando ella tomó forma para el hombre en bruto, ya había pasado la locomotora con su formación. Así que nuestro personaje, el hombre en bruto, solo tuvo de la viviseccionada su forma inconclusa y definitiva.
         No pertenece al mundo real, dilucidar si hubo otra forma Virginia, eso es para el ámbito de la ficción.
         Debo confesar que frente al descubrimiento, mi músculo cardíaco, contra mi voluntad, se contrajo y se dilató a una velocidad inusitada. Me pregunto: ¿Será que mi pensamiento es heterodoxo?, o sea, ¿Qué pienso de otro modo que el rebaño? Sí es así, supongo que estas reflexiones, deben estar instalando un nuevo “paradigma”, palabra que proviene del griego una lengua épica para nuestra cultura.

         Pero como solemos decir los hombres de campo: “cada vez que llovió… ¡paró!”.

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