sábado, 2 de noviembre de 2013

Capítulo de novela

"Siempre que llovió"
            Capítulo XLI
Otra entrega semanal de la obra inaudita e inedita de 
                      Eduardo Wolfson


Escoltado por dos abogados de los ferrocarriles, el banderillero entró al Palacio de Tribunales. Era un hombre bajo y menudo, de esos que transitan casi sin ser notados.
Por treinta años, desde la muerte de su madre, la vida se le refugió en las sombras de aquella casilla pegada a la vía. Nunca fue afecto a la conversación, ignorando en forma visceral el valor de una compañía.
Sus vecinos no tenían conciencia de su existencia, él, con ellos no compartió nunca ni el saludo. Su trabajo, era custodiar aquel paso a nivel sin barreras, comprobar la ejecución rutinaria de la alarma. En caso contrario, su función consistía en advertir, a los infrecuentes automovilistas o peatones, la proximidad de la formación, hasta que el desperfecto fuese reparado.
Resultó una faena ardua para los leguleyos, hacerle entender lo de la declaración testimonial, más todavía, explicarle el papel que pretendían que desempeñe.
Pasaron horas junto a él en aquel albergue de chapa, sentados sobre unas tablas de madera sin cepillar, apoyadas en sendas pilas de ladrillos.
Cuando llegaron, se sintieron impactados por el aroma profundo, rancio de añejas y arcanas frituras en grasas, las que les provocaron nauseas horribles, difíciles de disimular. En varias ocasiones, alternativamente, salieron al exterior para respirar hondo y renovar el oxígeno en sus pulmones.
Luego del proceso de adaptación, y mientras el guardabarrera tomaba mate sin convidar, las visitas trataron de conectarse con aquella presencia casi fantasmal.
 Le hablaron mucho, comenzaron con discursos y palabras ampulosas, pero a medida que transcurría el tiempo, y los ojos inexpresivos del destinatario seguían igual, el lenguaje fue cayendo en cantidad y calidad, hasta quedar reducido a simples monosílabos, silencios prolongados y onomatopeyas.
Por fin, a modo de despedida, dejaron sobre un colchón andrajoso, un traje, una corbata y una camisa, ropa para lucir al día siguiente al brindar testimonio.
El palacio de justicia lucía atestado de entrometidos locales. Todos trataban de ubicar al personaje, que ocupaba hace varias jornadas, primeras planas de muchos periódicos. Lo que provocaba la curiosidad extrema, es que nadie se encontraba en condiciones de diseñar una descripción del individuo.
Según los diarios, el hombre en cuestión nació en la ciudad. De su padre heredó el puesto de guardabarrera y la casilla vivienda junto a las vías, perteneciente al ferrocarril.
Con cierta bronca, los vecinos se preguntaban: ¿Cómo era aquel personaje que no recordaban? Un testigo misterioso, un perfecto desconocido, pero que sin embargo compartió con ellos, desde siempre, su espacio vital.
Supieron que era él, aunque sin recordarlo, porque lo vieron avanzar escoltado por los dos letrados de ferrocarriles.
Nadie pudo traer a su memoria, aquel rostro con ojos muy pequeños y pómulos prominentes, ambos enmarcados en una piel olivácea. Pensaron que la falla retentiva se debía al traje nuevo y al primer corte de cabello realizado por un estilista, que metamorfoseaba su aspecto corriente.
Lo sentaron en el centro del tribunal, en la silla señalada para testigos, frente al estrado del Juez. A su izquierda se encontraban los letrados defensores de las empresas involucradas. A su derecha el fiscal y los abogados querellantes.
Luego de tomársele el juramento de práctica, el doctor Larrondo formuló las preguntas formales del proceso. En el enunciado de una de ellas, deslizó la palabra “accidente”, detalle que trajo aparejado un entredicho con la parte querellante:
-¿Usted visualizó el accidente? -Interrogó el Juez.-
-Protesto y exijo que mi protesta conste en actas -interrumpió el doctor González Sueyro- el vocablo “accidente”, en la pregunta de un magistrado de esta corte, significa una presentencia sobre el veredicto que tendrá que pronunciar el tribunal, una vez que todos los elementos de prueba hayan sido sopesados en el presente juicio.
-¿Cómo pretende, el Dr. Gonzalez Sueyro que califique  mi pregunta de rigor. -dijo el Juez con sorna- Tal vez tendría que preguntarle al testigo ¿Visualizó usted el incidente?
-Yo prefiero que diga “acontecimiento”, a secas su señoría, ya que incidente alerta sobre un suceso de poca importancia. Aplicar incidente en este caso es solo un eufemismo hipócrita y tendencioso, que sirve para desdramatizar la realidad, calzándole como anillo al dedo a la parte acusada, para desteñir su responsabilidad en el asunto que hoy nos toca, que no es otra cosa que hallar justicia para la vida de una niña, que debe afrontarla con sus extremidades inferiores cercenadas. Nuestra obligación señor Juez, es buscar a todos los culpables, y el suyo, de aplicar una sentencia sin atenuantes. Quiero decir otra vez, que lo dicho conste en actas.

 El magistrado respiró hondo, extrajo un cigarrillo y lo prendió esperando que se desvanecieran los murmullos en la sala. Su intención era ser oído por todos los presentes y atravesar con su voz, al que consideraba un inoportuno querellante:
-Mi querido doctor -expresó con agudeza - he recibido con agrado su lección, y sobre todo, el que me recuerde cual es la responsabilidad que la sociedad asigna a mi cargo, pero debo señalarle que su juventud vehemente, en esta ocasión ha herido a este tribunal, al acusar al mismo de hipócrita, es más, debo informarle que no toleraré de su parte, expresiones similares en el futuro.
Espero que usted lo haya entendido, sin tener la necesidad de pedir que “conste en actas”.
Con respecto al motivo de su interrupción y para contribuir a un acuerdo salomónico, cual es su parecer, si le pregunto al testigo ¿Visualizó usted el evento?, ni accidente, ni incidente, ni acontecimiento, sino evento, entendiendo como tal a un suceso contingente, o sea algo que puede darse.
Si las partes están de acuerdo, así será formulada la pregunta.

Los abogados de la fiscalía, los querellantes y la defensa, prestaron su conformidad a esta nueva figura de la disposición interrogativa, que inmediatamente, su señoría trasladó al testigo.
El guardabarrera escuchó pero sin comprender, sabía que aquel hombre sentado en el centro del estrado se dirigía a él, porque lo señaló añadiendo su nombre y apellido. Sin saber que actitud esperaban, miró hacia los costados, tratando de encontrar las figuras conocidas de los representantes de los ferrocarriles. Cuando las miradas se cruzaron, encogió sus hombros exhibiendo su incomprensión:
-Sr. juez, debo informarle que nuestro testigo no presenció el evento.
-Su testigo ¿es mudo?, que tiene que responder usted.
-No, pero es muy parco, exageradamente solitario, y es posible que al verse por primera vez, rodeado de tanta gente, se encuentre inhibido para hilvanar una respuesta. Por lo expuesto, le pido a su señoría, que el testigo brinde su declaración sin público.

El doctor Heriberto Larrondo se tomó su tiempo para contestar, indudablemente pensaba. Luego observó al testigo, y al final se dirigió a su abogado:
-Pero si este sujeto no vio el evento, ¿sobre que tema pretende la parte acusada que atestigüe?
-Este hombre su señoría, es empleado de los ferrocarriles, su puesto lo heredó de su finado padre y también la vivienda que le fue concedida por la empresa. Por lo expuesto, consideramos que su experiencia, como trabajador y habitante, desde su nacimiento, en las inmediaciones de las vías vuelve imprescindible su testimonio para esta audiencia.
No se trata de un testigo directo del evento, es cierto, pero si, lo consideramos calificado para contar si recuerda otros sucesos no programados que hayan ocurrido en el pasado y además, para testimoniar sobre la conducta ejemplar que ha tenido la empresa para con él, su familia y la comunidad de esta ciudad, conducta que hoy se encuentra en tela de juicio en este tribunal, tal vez influido por el tinte perverso que medios de dudosa reputación con periodistas venales, esos, que vulgarmente la calle conoce y denomina “prensa amarilla”, han armado con intenciones de vender más, aprovechándose de la extremada libertad de prensa reinante y de la inocencia de la gente desprevenida, resuelta a creer como real, esta prestidigitación especializada, efectuada por esas plumas inmorales y por lo tanto, corruptas, capaces de transformar un cisne, sinónimo de belleza, en un Cuasimodo, producto del hedor y las llamas del infierno.
Por lo dicho su señoría, el nuestro es un testigo de concepto, le pido que desaloje la sala, para que nuestro hombre pueda exponer sin presiones de ningún tipo, y con naturalidad.


Luego que el Presidente del tribunal, negara que el mismo sufriera la influencia de la prensa, autorizó el pedido de desalojo. El público, de muy mala gana se fue como desflecando, mientras los medios se resistían a dejar su lugar, alegando que no podían cercenarles el derecho a la información. 

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