sábado, 9 de noviembre de 2013

Capítulo de novela



"Siempre que llovió"
            Capítulo XLII
Otra entrega semanal de la obra inaudita e inedita de 
                      Eduardo Wolfson 

No alcanzó el esfuerzo ingente por mantener aquel volcán en erupción. El fenómeno acabó por extinguirse. A pesar de urdir tácticas y estrategias, de llevar a cabo acciones enérgicas, los habitantes de la ciudad, no pudieron atrapar para siempre la agenda de los medios de comunicación del país.
Nadie acertó a precisar, en que momento comenzó la perdida de interés. Sin embargo, para especialistas en lecturas cuantitativas, los gráficos, presentaban sin error al punto máximo de atención como una meseta, lo que señala en palabras sencillas, la permanencia total del fenómeno en un periodo prolongado de tiempo.
En el interior de ese sosegado altiplano, en la cúspide de aquel entrecruzamiento entre abscisas y ordenadas, otros científicos, logrando un acercamiento mayor, visualizaron otros picos, que daban cuenta de los altibajos de captación, según los sucesos colaterales producidos.
Por ejemplo: en aquel episodio que tuvo como protagonista al Presidente de los ferrocarriles, traído por la fuerza pública para declarar, se comprobó, el retorno a la ciudad de periodistas de medios chicos, que por falta de recursos, tuvieron que abandonar la posta en su momento.
En esa ocasión, la policía local se reforzó con miembros de la Federal y gendarmería. Todos los servicios urbanos prácticamente colapsaron. El municipio recurrió a la habilitación de galpones, preparados usualmente para guardar maquinaria, con el fin de alojar a visitantes que no encontraban sitio en hoteles, pensiones, o casas de familia.
También la flecha de los gráficos atravesó las señales máximas, la semana de la rebelión popular, cuando el conductor del tren, fue citado como testigo en la causa.           En la jornada de la comparencia, el canal de los cartelones rojos y letras huecas, reiteró en forma intermitente: “Después de declarar, el mutilador de Virginia quedará en libertad”.
A ciencia cierta no hubo certezas. Algunos especialistas opinaron, que fue el titular catástrofe, culpable de excitar la indignación de los pobladores, tanto, como para crear una turba, dispuesta a buscar justicia por mano propia. Sin embargo, otros, indicaron que se trató de una movilización teatral, organizada por los dirigentes de las asociaciones gastronómicas, hoteleras y comerciales, con el propósito de agitar pasiones e impedir, una baja en la recaudación diaria. Cualquiera fuese el origen de la resistencia, esta cumplió sus objetivos.
Los medios volvieron masivamente a la ciudad buscando su espacio para registrar la sedición. Si bien hubo disparos de gases lacrimógenos, por parte de las fuerzas de seguridad, y algunos lanzamientos de piedras por parte de la población, no se opacó la semana, que según los encuestadores consultados, registró una consumición sin precedentes en todo el territorio.
Cabe destacar que en dicha rebelión, los médicos del hospital municipal por fin tuvieron su hora. Sus rostros, voz y pensamientos fueron emitidos, difundidos y escritos en todo el país, frente al deseo de los medios por informar sobre el estado de los heridos en la revuelta, las altas, la gravedad de los internados, las posibles defunciones de vecinos y de otros bandos.
La actividad, cobró nuevos bríos también, la vez que una dama mayor, de reconocida prosapia familiar, acarició el rostro de Virginia en la Iglesia Catedral, para luego manifestarse salvada. Según sus declaraciones, el mal que la aquejaba era incurable. El milagro corrió como reguero de pólvora. Nuevamente la ciudad fue invadida.
Encuestas a los visitantes, permitieron descubrir a un gran número con origen en países limítrofes. Las agencias de viajes locales, se transformaron en receptoras de contingentes enviados en vuelos charter, por sus colegas de toda América. El ejército y la gendarmería, prestaron apoyo logístico para albergar y dar de comer a precios módicos.
La muchedumbre anhelaba halagar a la mutilada, y obtener a cambio, la retribución de su deseo. Para tal fin, en las escalinatas de la Catedral, damas católicas, autollamadas “Adoratrices de Virginia Amor y vida”, instalaron una casita de acrílico translúcido, con entrada y salida. En su interior, Virginia reposaba sobre una camilla.
Formando una fila india de final imperceptible, creyentes y curiosos esperaban su turno. Al llegar, la mayoría trataba de prolongar la caricia, lo que les era impedido por las devotas organizadoras. 

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