miércoles, 23 de abril de 2014

El cuento que te cuento, no es cuento.

El acento


En el centro de la escena, ante los aplausos reiterados, lucía, saludó con profesional soltura como cada noche. Sin embargo no pudo detener las lágrimas, que corrieron por sus mejillas arrastrando el maquillaje grueso, habilitando un surco notable.            Los aplausos densos, la sala repleta, los pedidos de bis, insaciables, las luces hirientes, pugnaban por ser máscara sobre el motivo de su estado de ánimo. Recordó aquello que siempre parafraseaba Beto, el guitarrista del grupo: “que el árbol no te impida ver el bosque, pero que el bosque no te oculte el árbol”.
Unos acordes sobre cuerdas en el micrófono serenó al público, que veló el preludio de esa voz hermosa una vez más, deseoso de inundarse con las mejores percepciones.
La garganta tensa jugó la mala pasada. No pudo sobreponerse. Bajó el rostro, y precipitó hacia los asistentes su cabellera potente. Los aplausos volvieron, pero Lucía los ignoró corriendo hacia uno de los laterales. Beto intentó detenerla, se lo impidió aquella mirada helada y ese balbuceo solicitante, quebrado en una palabra: “¡Quique!”.
Mientras la audiencia se retiraba, los integrantes del grupo alcanzaron a oír voces de disconformidad: “No le costaba nada cantar otra”, “tiene buena voz, pero los pajaritos se le subieron a la cabeza”, “para mí que estaba drogada”.
Lucía quedó inmóvil detrás del biombo, espacio que el empresario, pomposamente, le entregó como camarín.
Sobre la mesa poblada por frascos chicos de colorete, retoque, y otros afeites, yacía el periódico, que deshizo segundos antes de salir a escena. Quedaron papeles convertidos en rastro, una pista para seguir el desborde. Retornó entonces al pensamiento que provocó la acción: “Nada ni nadie puede entorpecer mi comunicación con el público, cuando estoy dispuesta a cantar”.

En el espejo, advirtió que el rimel ya no resaltaba las pestañas, sino que navegaba sobre sus pómulos, dibujando un mapa con cursos diversos. Mecánicamente, comenzó a limpiarse el maquillaje. De golpe, recordó, que era imposible que Quique la espere a la salida.
Trató de alisar el diario, devolverle su forma. El título, tres palabras escritas en gran cuerpo, preanunciaba un desarrollo dramático. Lucía buscó sin urgencia. Mientras hojeaba, se detuvo en las ofertas que el hipermercado anunciaba en la página tres. Más tarde, ya en la siete, se sintió seducida por la línea del Alfa Romeo. Un cubo de hielo le recorrió la espalda y se notó mojada entre las piernas. Recordó las palabras pronunciadas por Quique la noche anterior, mientras acariciaba su pubis sobre el vestido: “mañana flaquita no me esperes, voy a viajar, tengo un asunto importante”. Quique, con ella, era de pocas palabras. Lucía se acostumbró a la ausencia de explicaciones, y a lo inútil de las repreguntas.

En el cuerpo central, las tres palabras del título de tapa, “Plan subversivo desbaratado”, servía de frontispicio a una fotografía con poco registro. Lucía hizo un esfuerzo para reconocer, fuera de foco, lo que parecía un cuerpo extendido sobre el asfalto, a su lado y en foco,  un uniformado exponía a la cámara un aerosol. Una segunda imagen a pie de página, revelaba el lateral de un puente ostentando la consigna: “Saludamos a la unión soviética en el aniversario de la revolución”. Lucía notó que la inscripción era muy prolija y con letra clara, salvo que el acento en la palabra “soviética” aparecía chorreado, elevándose primero, y cayendo como un cometa sobre la “t”. Ella era artista, se sabía transgresora, por eso, declaró al columnista de una revista de espectáculos: “elegí el folklore como arma para atravesar fronteras y romper estructuras”.
Sin embargo algo la incomodaba, se preguntaba, ¿Por qué, no podía aceptar aquel acento como un hecho artístico? ¿Por qué le resultaba ingrato que la tipografía tan precisa de aquel saludo, obstruya el mensaje con ese prepotente manchón?
Lucía leyó desganada el copete: “Las fuerzas conjuntas desbarataron un operativo sedicioso, cuyo objetivo sería ocultar con acción propagandística, un atentado auto frustrado. Intentaban volar una formación ferroviaria, con armas para el ejercito boliviano en operaciones”

Lucia evocó la insistencia del iluminador, para que leyera el periódico momentos antes de la función. Reprobando su actitud le dijo: “Sos pájaro de mal agüero, vos sabés que previo a la salida a escena, es indispensable que me relaje y logre, mediante varios ejercicios, constituir un estado de introspección”.
Lucía se sentía irritada. Repasó el abandono del escenario, la angustia se expresaba dolorosa en la boca de su estómago. Necesitaba a Quique para desahogarse, pero él decidió viajar.

Aquello de “atentado auto frustrado” del copete despertó su curiosidad, lo que la indujo a interiorizarse en el texto: “Un grupo subversivo  (supuestamente perteneciente al partido comunista), intentó esta madrugada volar una formación ferroviaria. La misma trasladaba armas para el ejercito boliviano, en operaciones contra la guerrilla que asola las zonas rurales del país hermano. El único terrorista apresado (de boca al piso en la foto principal), declaró que los dirigentes de su movimiento les entregaron los detonadores sin fulminante. Cuando apretaron el percutor, nada sucedió.
El detenido, ejercitaba un plan de distracción en las cercanías. Confesó que su objetivo era despertar el interés de las fuerzas represivas pintando la consigna aludida. Así daba tiempo a  sus compañeros para la voladura de la formación.

El aerosol, (que muestra como evidencia el servidor del orden) fue utilizado por el sujeto para saludar a la unión soviética en el aniversario de su revolución, sobre el lateral del puente (ver foto inferior). Prolijamente, y con sangre fría, hizo la inscripción y huyó. Promediando el escape, se dio cuenta que no había acentuado la palabra Soviética. Convencido que el error podría traer represalias por parte de sus jefes, fue que decidió volver para terminar su obra. El acento faltante, le permitió a las fuerzas del orden, mediante un ardid, su captura  con las manos en la masa. Se trata de Enrique golf (Alias Quique)”.

            Lucía cerró el periódico, lo dobló sobre si mismo con pulcritud. Respiró hondo, realizó unos ejercicios rutinarios de cuello, relajó sus músculos, y por fin, concluyó la etapa con vocalizaciones que la alistaban para entregarse al público en la próxima función. Se observó en el espejo, y se dijo: “mañana pensaré con quien reemplazar a Quique”.

                                                                                                                 

Eduardo Wolfson








1 comentario:

  1. tremendo... muy bien escrito y atrapante, seguí escribiendo que ansío leerte!! quieroTe

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