miércoles, 30 de abril de 2014

¿Te cuento?

Milonga

-          Funcionario en el departamento de desperdiciología de la ciudad.

      El pibe escuchó la presentación y estrechó temblorosamente la mano que le tendía aquel desconocido de voz arrastrada. El hombre se río sin ganas y pidió: -“dos Tíos Paco”.
      El pibe observó su dentadura blanca, el pelo negro estirado hacia atrás amurado con gomina, la tez aceitunada y el traje gris impecable. Cuando bajó la vista, descubrió, unas medias largas con cuchilla en los laterales y unos zapatos marrón brilloso.
      Desde el salón, la música carnavalesca inundaba la cantina. El hombre, sentado en un banco alto, apoyando un brazo sobre la barra y cruzado de piernas, intermedió entre el mozo y el pibe, alcanzándole una copa con la bebida ambarada. El pibe, agradeció, pero rechazó el ofrecimiento, su anfitrión insistió volviendo con la ampulosa presentación:

-          Funcionario en el departamento de desperdiciología de la ciudad… ¿te dije? No te preocupes pibe que no como a nadie. Esta bebida es livianita. Esta milonga, está visto, que no es ni para mí ni para vos.

El pibe, tembloroso, tomó la copa y mojó sus labios. Contrariamente a lo que suponía, en lugar de ardor, sintió un dulce empalagoso que copaba su boca.
            A través de una ventana interna, veían en el plató a parejas separadas realizando contorsiones simias. Se escuchaba la bamba.

-          Antes era diferente,(continuó el hombre) cabeceabas, te abrazabas a la mina, bailabas una pieza, algún bolero esperando el tango, y ahí, antes de devolverla a la mesa le mostrabas quien mandaba. En vez, ahora, no sabés quien es el macho y quien la mina, todos el mismo tachín, solo los reconocés por el oxford y la minifalda. Está visto que yo ya pasé mi cuarto de hora y que a vos te faltan algunos años para llegar. Por eso no solo compartimos esta copa, sino también el esgunfie.

El pibe pensó que aquel hablador era un ebrio calmado. Su voz aguardentosa, pronunciando palabras sin dramatismo, enrolladas, monótonas, apenas moduladas, lo confirmaba. Por momentos se quedaba callado, ido, acariciando la copa, fijando la mirada en el contenido.
El pibe maduró su posibilidad de huir, pero el hombre saliendo del letargo, lo sorprendió pidiendo una segunda vuelta.

La barra entró al club separada. Fue idea de Ferreyra, “él ya había debutado”, tenía experiencia. Les dijo que todos juntos parecían muy pendejos, y que las minas, en racimo, no les iban a dar bola. El pibe recorrió solo e intimidado la pista, miraba de refilón las piernas de las que estaban sentadas. De golpe se le acaloró la cara, un espejo lo advirtió de los cachetes rojos que deschavaban, según Ferreyra “al púber virgen”. Avergonzado trató de desaparecer, pero no podía irse sin avisar a los otros. Buscándolos, cruzó el salón entre serpentinas y funámbulos para refugiarse en el minúsculo cuarto que el club había destinado a la cantina.
El segundo Tío Paco le resultó más agradable, ¿no sabía por qué? Su casual invitador le recordaba a Cayetano y tampoco sabía ¿por qué? Eran bien diferentes, Cayetano ya era viejo y vestía como un croto, siempre con el pijama manchado y unas chancletas mordidas en las puntas por el perro.
Los de la cuadra, sabían que el crepúsculo de verano preanunciaba la condición. Cayetano salía como siempre a la vereda y montaba como si se tratara de un caballo una silla de madera. Apoyaba los brazos sobre el respaldo. Miraba un medio cuadro del árbol y de calle, daba una pitada profunda al caburito, provocando casi una hoguera roja que amanecía y se enardecía entre sus dedos. Los pibes lo rodeaban esperando que hable. El tema eran las milongas de su tiempo. Cayetano se rascaba el hombro, y como quien no quiere la cosa, con un desgano fabricado, muy bajito, metiéndose un primer vocablo para adentro, y frunciendo la frente, repetía tres veces la palabra “milonga” en distinto brillo. Lo primero que construía el relato era el escenario, luego los actores, y por último los rituales y las costumbres.
El pibe se dio cuenta que el del Tío Paco y Cayetano tenían en común justamente eso, “la  milonga”.

-          En mis tiempos, si querías sacar a una mina cabeceabas (dijo el hombre sorprendiéndolo), disimulabas un poco, claro, porque si la turra te desairaba ya no volvías del papelón. A mi me pasó, y tenía algún año más que vos. Me ensartó una morocha con dos faroles negros por ojos. Estaba cruzada de gambas. Paralizado, escudriñando su escote, me quedé como a tres metros de distancia. Reaccioné para dar el cabezazo, pero me olvidé del disimulo, creo que el bocho me giró como molinete de subte en hora pico. Imagínate, ya estaba de raje, cuando juné que la piba, levantándose, me sonreía con toda la boca. Así que abrí los brazos para recibirla. Me sentía un galán del cine de Holywood. Antes de llegar a mí, la mina se desvía unos centímetros haciendo juego de cintura, me esquiva como si yo fuera una columna. La seguí con la mirada y torciendo el cogote. La vi ensartarse en el cuerpo de un energúmeno gigante. Como un boludo, bajé muy lentamente mis brazos. La pareja, ya bailando pasó al lado mío, y el mastodonte no contento con su triunfo añadió un: “nene andá a tomar la teta”.

      El pibe, más distendido mostró su risa, pero no fue tanto por el relato escuchado, sino porque recordó otro contado por Cayetano.

-          milonga, ¡milonga!, ¡¡milonga!! (Dijo Cayetano) Yo era pendejo como ustedes, pero con más huevos. Me compré una tela, y me hice hacer un traje en cómodas cuotas. Un vecino del conventillo me prestó la camisa que había usado en su casamiento. Lustré unos zapatos de mi viejo, y solito caminé para la milonga. Tardé un poco en acostumbrarme al bermellón de las paredes, a la música de una típica desganada. Creo que fue ese contacto repentino el que apagó para siempre mi sonrisa. La pista era circular y de madera, brillaba como para darle envidia al mosaico en que se apoyaban las mesas. Atrás, y a un costado del escenario estaba la entrada al baño con una puerta de doble hoja. Me llamó la atención la cola que hacían los muchachos. Pasaban de a uno empujando la hoja derecha, y salían tirando de la izquierda. Terminé plegándome a la fila porque tenía ganas de mear. Cuando entré al sanitario, mi sorpresa fue grande. La hilera de mingitorios estaba vacía. La gente continuaba la cola frente a los lavabos, y llegaba hasta un extremo, en el que había un viejo de guardapolvo gris, apretando con su mano derecha una pera de goma, que atornillada a la boca de un gran botellón, esparcía una colonia un tanto rojiza sobre el traje del habitué, que frente a ese elixir, daba una vuelta completa sobre su eje como bailarina de cajita de música. Luego depositaba unas monedas en un platito, y entonces sí, ya estaba listo para la milonga.

      El pibe recuerda a los dos personajes, dos años después, cruzando la Plaza de Mayo. Cayetano hace rato que estaba muerto, y se preguntaba, que habrá sido de la vida del otro. En el césped, un tipo con gorra, pantalón y campera con fosforecencias, recoge con un rastrillo los papeles que dejaron los de la última manifestación.

-          che pibe ya no saludás a los amigos.

El pibe conoce aquella voz, lo observa pero le cuesta reconocerlo.

-          No te acordás de la milonga, sos flojo de memoria.

Ahora el pibe recuerda:
-          Pero vos me dijiste que eras…
-           
-          Funcionario en el departamento de desperdiciología de la ciudad. ¡Basurero pibe!.
Eduardo Wolfson


     


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