lunes, 16 de junio de 2014

Pincelada de mis personajes

 Aurora

Otro personaje de la novela inédita
 “Comesandwich”

Se quedó arrinconada en la mesa con el vaso de whisky en la mano. Así  Aurora pasó horas para sorpresa de los habitué del bodegón de la calle Lavalle. Fue un mediodía invernal cerca del Palacio de tribunales. Se sentaba en la mesa que se juntaba con el mostrador. Para todos esa era la mesa de Aurora. Ella, apenas posaba su mirada sobre los otros.  Extraía de su cartera aquel libro, siempre el mismo, de páginas ajadas y amarillentas, separaba una rosa seca que le servía como señalador y se introducía en la lectura, sosteniendo el vaso de whisky.
Aurora era alta, o impresionaba serlo, tal vez por su pollera oscura, larga y recta, que acompañaba con una blusa blanca, siempre inmaculada. Mangas largas abrochadas y cuellito levantado, que se confundía con la piel de su rostro extremadamente pálida,  extraviada tal vez, en tiempos de románticas tísicas que se empeñaban en dejar una pequeña gota de sangre como un sello de identidad. Solo sus mejillas apenas rosadas, contrastaban con su presencia casi fantasmal.
Siempre la misma hora de llegada, la forma de abrir y leer  el mismo libro, señalado por la misma rosa. Siempre una extraña avidez, primero por pinzar sus dedos el vaso de whisky, y luego del primer sorbo, un desinteresado abandono de la copa sobre la mesa.
Cuando el mozo le servía la comida, Aurora cerraba el libro apretando la rosa y lo guardaba en el interior de su cartera. Era un maletín de cuero de cocodrilo, una solapa cerraba varias divisiones que aprisionaba una hebilla de bronce brillante. Comía delicadamente, los cubiertos se deslizaban sobre el plato, como suspendidos, totalmente ignorantes de la existencia de la Ley de gravedad. Más tarde, rutinariamente ella se levantaba, dejando en el vaso, dibujados sus labios con rouge y un poco de whisky. Sobre la mesa, depositaba el importe de lo consumido en forma exacta, y se retiraba.

Pero aquel día algo cambió. Aurora se quedó arrinconada en la mesa con el vaso en la mano. No hubo libro, no hubo rosa, no hubo lectura. Un solo trago dio con todo el whisky. Sus manos aprisionaban el vaso, la mirada perdida y el rostro desencajado. Lo habitual desapareció de golpe, aquella mujer se transformó en un dibujo inseguro, en un rezago olvidado en una liquidación barata.
                                                                                          Eduardo Wolfson









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