jueves, 19 de junio de 2014

Pincelada de mis personajes



Deborah
Otro personaje de la novela inédita
 “Comesandwich”
   
Pertinaz e impertinente productora de Radio Nacional. Una joven atractiva y estrafalaria para vestirse. Sus compañeros la llamaban "la rusa". En sus agendas convivían las grandes personalidades políticas, junto a teléfonos de actores de valía y varias aprendices de vedette. Así misma, en rueda de conocidos y tal vez con alguna copa de más, se definió como una mujer, que nunca fue tocada por la barita de la ética o la moral, si conseguir algo se trataba. Deborah llegó a la edad madura en aquella radio. Su aspecto había perdido la frescura, solo quedó un rostro con grietas disimulada con una sobrecarga de maquillaje. Tomó el hábito de enfundar sus piernas en unos pantalones blancos muy estrechos, elevando sus contornos flácidos, comprimiendo la cintura.
Como productora, sobrevivió estoicamente a todas las pequeñas conspiraciones, que Golpes de Estado y dictaduras cívico-militares comprometían en los medios de comunicación. Cuándo llegó la democracia bajó la guardia. Se sintió por primera vez tranquila, pensó que la batalla por su estabilidad estaba ganada.

El nuevo director de la radio, exigió achicar el presupuesto, y pidió listas de personal. El hombre muy equilibrado, utilizando métodos propios, decidió dar de baja, primero a todos los que tengan apellido judío o parecido, segundo aquellos que hayan superado los 50 años, y tercero, a los sospechados por zurdos. En la última categoría, la productora estaba ausente. Deborah quedó en la calle, rescatando tan solo una agenda envejecida y desactualizada. Sus compañeros de trabajo, enterados de la noticia, agacharon la cabeza. Otros, entre ellos y en los pasillos, en voz muy baja repetían para auto consolarse sobre el infortunio corrido por su compañera: "la rusa consigue laburo enseguida, es tan desfachatada que siempre pasa al frente", a algunos, la situación les excitaba recuerdos: "¿te acordás, que mina era la rusa cuando entró? ¡Le perdonabas cualquier cosa!, hasta que sea rusa". Aquella tarde, Deborah,  sintió de golpe, ese calor menopáusico que ascendía desde el pecho, pasando por el cuello, ocupándole la totalidad del rostro. Con el sudor, asomó una lágrima, su gusto salado se introdujo en su boca para alcanzar la lengua. Tomó conciencia de que estaba llorando. ¿Cuánto tiempo hacía que no se permitía llorar?, tantos años que ya no recordaba. Los hombres, en sus manos, siempre fueron juguetes que sabía manipular con sus encantos.

En otros tiempos, un Director advenedizo no se hubiese atrevido a insinuar su expulsión, todo lo contrario, la elegiría su persona de confianza, su correveidile, su mujer orquesta. Al fin de cuentas, ella tenía un buen cuerpo y por lo demás, la ética y moral, eran dos palabras que no estaban en su diccionario. Solo ella sabía, que para conservar su puesto, más de una vez le tocó señalar gente, o ideas de otros, presentarlas en los informes como propias. Definitivamente, ética y moral eran sonidos de muy escasa intensidad.
En la toilette de una confitería, Deborah se enfrentó al espejo. Vio un rostro que intentaba abrirse paso, franqueando gruesas capas de maquillaje derretido, mezclado con rimel y lápiz labial. Con una toalla de papel, fue quitando ese mejunje, hasta que lo oculto se hizo evidente, ¡treinta años más! Descubrió que el esplendor murió y comprendió, que para volver a triunfar, solo le quedaba esa nueva figura y los recursos de Celestina.

Tuvo la seguridad, que esa imagen nueva no era una presencia momentánea como muchas otras, que junto a las relaciones públicas, llegaban y se esfumaban sin dejar siquiera una aureola. Esta vez no. Sin brillo y opaca sintió que iba a durar, suplantando a todas. No supo por qué, recordó a una vieja conocida que solía ejercer una especie de renovado psicoanálisis en la mesa de cualquier café: "para reponerse de las perdidas, hay que permitirse el luto, y este implica un proceso, una larga etapa con escollos que debemos transitar". Deborah percibió a su vida como un torbellino. Ella nunca se permitió lutos a pesar de ser consciente de muchas pérdidas.

                                                                    Eduardo Wolfson

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