sábado, 29 de septiembre de 2012

Otro cuento que te cuento


¿Dónde se traza la línea? 

Ni en el capitalismo, ni en las mujeres se puede confiar doctor, es así. Claro que eso lo pienso ahora, después de haber reflexionando todos estos años en solitario. Nos hemos criado en el capitalismo señor. ¿Esas?: son una parte ínfima de mis listas de prioridades. Así es doctor, yo creía que en el capitalismo se podía vivir bien si uno planificaba. Ahí tiene la prueba. Reconozco que siempre fui muy devoto de la planificación. Desde chico tuve la manía de hacer listas de prioridades para ir cumplimentándolas paso a paso. En el capitalismo es necesario tener metas ¿no le parece?, y yo las tuve. Nunca fueron desmedidas, lo admito, aunque parezca una contradicción con el mismo concepto positivista del capitalismo. Claro, sí, voy a tratar de explicarle sin tanta abstracción. Por ejemplo: una de mis metas fue llegar a ser un empleado jerárquico de una gran empresa. Sí doctor, escuchó bien, empleado, no accionista. Como el capitalismo y la religión nos posibilitan el libre albedrío, hice uso de él, y reflexioné mucho sobre mi futuro, y a medida que este se acercaba diluyendo al presente, yo corregía pequeños desfasajes, acción necesaria para impedir desvíos. Si, ya sé, todo lo que digo le sigue pareciendo muy teórico, pero comprenda por favor que no puedo bajar a tierra, si antes no encuadro el contexto. Como le decía: lo del empleo jerárquico fue en mi juventud, la última etapa para alcanzar en mi planificación. Disponer de un buen sueldo, viáticos, gastos de representación y la protección que da toda relación de dependencia, me resultaba mucho más atractivo que ser un accionista, que está mucho más libre, pero por ello, más acuciado por las contingencias. Esta meta la concebí en mi adolescencia, y los fines de semana, en lugar de ir al futbol o a bailar, como otros de mi edad, me quedaba en mi cuarto confeccionando mi lista de prioridades. ¿Le  interesa como lo hacía? Bueno, primero diseñaba un boceto y dibujaba en la cúspide la meta, en este caso, el empleo jerárquico. A partir de allí, como si se tratara de ríos en un mapa, bajaba líneas que simbolizaban, cada una, lo que debía obtener. Claro, usted es un intelectual, se da cuenta que no se trata de un camino lineal, ya que todo proyecto en el capitalismo, a lo largo de su recorrido encuentra fracturas que indican nuevas direcciones, y que muchas veces nos alejan definitivamente de la meta. Por eso, para no trastabillar, como le dije antes, me ví obligado en diversas circunstancias a realizar correcciones, para que no altere, lo sorpresivo, el fin buscado. Sí, voy a ejemplificarlo: supóngase que por un río baja el subtema estudio, y por otro, desciende el amor. Las preguntas son entonces: ¿Podemos avanzar sobre ambos al mismo tiempo sin perder eficiencia? En caso de ser negativa la respuesta, debemos preguntarnos cual río abandonar en primera instancia, el del estudio o el del amor. Una vez asentada la decisión, tendremos la primera prioridad a cumplir, ¿me entiende?  Tiene que ver con el tema que nos ocupa, si doctor, todo lo sucedido se basa en lo que digo. A mis 15 años, yo tenía estas dos alternativas que describí. Recuerdo que tomé una semana sabática en el mes de marzo. La utilicé para elegir mi carrera universitaria, esta reflexión la desarrollé entre un lunes y un viernes. El sábado fui a bailar con el fin de enfocar a la mujer que sería mi compañera de toda la vida. En el río del estudio, el domingo escribí contador nacional, y en el río del amor coloqué a Margarita, el resto de la jornada descansé. Decidí en aquel momento que la acción de estudiar y la que conducía al matrimonio eran paralelas, no se encontraban reñidas entre sí, y se podía avanzar en ambas vías al unísono. Pero señor tenía 15 años. Yo sostenía que el capitalismo contenía y superaba cualquier principio. No era así, esa adolescencia fogosa conspiraba, y en gran forma, en contra de alcanzar lúcidamente mi meta. La imagen de Margarita, la contemplación de sus senos y curvas no me permitían concentrarme en el aprendizaje de la carrera elegida. Se imponía entonces doctor, la primera corrección. En el río del amor, dibujé primero un compás de espera, pero con ello no conseguía menguar la erección que se reflejaba en toda su dimensión en el espejo de mi cuarto. Así que decidí contarle a Margarita lo que me sucedía. Sí, con todos los detalles, mostrándole mis listas y el camino lógico de mis prioridades. Al principio, ella reía, pensaba que todo se trataba de una broma. Tuve que insistir muchas veces y solicitar su atención para convencerla sobre la seriedad de mi pensamiento. Una vez que Margarita entró en sintonía, revelándose totalmente improvisada y pragmática, me dijo que ella no tenía problema en aliviar mis tensiones sexuales hasta que termine mi carrera y agregó: “Después nos casamos”. Tengo tan presente aquel momento señor. Comencé a sudar profusamente, al mismo tiempo que escalofríos intensos me apachurraban. Margarita notó mi turbación, así que se ausentó a la cocina para prepararme un té, instante que aproveche para huir, no sin antes apilar las 500 hojas oficio desparramadas sobre la mesa, conteniendo las listas de prioridades que traje para la explicación. Pero ¿cómo no se da cuenta doctor? Usted también habita el capitalismo. La conmoción sobrevino, porque tomé conciencia de la confección incompleta de mis listas, lo que conspiraba contra mis propios intereses. Una vez en casa y en mi cuarto, fui serenándome. Aquel ofrecimiento inesperado de Margarita y su pedido de recompensa final, me instaban a incorporarla como socia, no solo para compartir los beneficios de mi meta más próxima, la del empleo jerárquico, sino también que me obligaba a involucrarla en los diversos ríos que me impondrían el alcance de otras metas. Luego de borronear unos cuántos papeles, llamé a Margarita, y terminamos reuniéndonos en un bar neutral equidistante de nuestros domicilios respectivos. En ese sitio sellamos nuestra sociedad de hecho. Le sugerí imperativamente que confeccionara en primer término, mientras yo estudiaba, listas precisas, por orden de acción, tomando al noviazgo como submeta, y al matrimonio como meta. Cuando me entregó las primeras listas, comprobé que Margarita era una cabeza hueca. En la etapa del noviazgo por ejemplo, ignoraba olímpicamente la ceremonia del compromiso, y las derivaciones mínimas que hacían al todo del ítem, como ser la adquisición de la alianza, tipo de fiesta etc., y sobretodo, la ponderación de cada subgrupo con respecto al ítem principal. Usted se da cuenta, que con tal grado de ineficiencia en la recolección de datos, se vuelve imposible la planificación acertada. Ah, ¿no me comprende?, trataré de ser más explicito. En el ítem relaciones sexuales en la submeta noviazgo, Margarita colocaba 2 semanales, también indicaba los días: martes y sábado, pero no abrió ninguna columna que incluya, que contemple los tipos de protección. Recuerdo que en la etapa de matrimonio, Margarita cometió un error que me enfureció. En el subgrupo de posesiones colocó primero la adquisición del hijo, y mucho más tarde la del lavarropas, lo que resulta a todas luces irracional. Así que tuve que redoblar esfuerzos para evitar  que los rumbos trazados no se tuerzan, hasta transformarlos en incompatibles. Por su cara, veo que le cuesta entenderme Doctor. Escuche por favor. El poseer un hijo antes que el lavarropas, conspira contra el ahorro familiar, ya que la fuerza de trabajo sin especializar, ocupará un tramo significativamente mayor que la calificada. Hablo de una mayor proporción de fuerza de trabajo en vivo, que de fuerza de trabajo incorporada, lo que nos conduce a la descapitalización, comparativa con grupos familiares más avanzados, constituyendo un nivel mínimo en la calificación del trabajo socialmente necesario. De ningún modo, es mi intención dilatar la explicación, y para demostrárselo, a partir de ahora descenderé un escalón en el nivel teórico, acercándome a la praxis. Al capitalismo, yo lo adoraba, por eso digo con dolor, que no se puede confiar en él. ¿Cómo no va a tener que ver señor? Claro, comprendo, usted debe ser de los que creen ese verso que el capitalismo se caracteriza por la lucha de clases, entonces hacen esas subdivisiones estúpidas de capitalismo puro, capitalismo salvaje, capitalismo serio y anárquico. Pero en el llano señor está la gente. Voy a tratar de resumir mis listas de prioridades con respecto a las listas obtenidas, para que usted cuente con la evidencia posible del encuadre histórico, su desarrollo, y el disparador que desencadena el hecho. Con Margarita cumplimos los tres años rigurosos de novios que nos habíamos impuesto.  Como éramos jóvenes modernos, manteníamos relaciones prematrimoniales según la lista conformada. Nos casamos siendo yo contador y subgerente de una cooperativa de provisión e insumos, concordando con lo dispuesto en la meta empleo jerárquico. Pagábamos un departamento de 2 ambientes con un crédito indexado conocido como circular 1050. Con otros créditos, equipamos la vivienda de muebles y electrodomésticos que figuraban en planilla y por orden de aparición. Si señor, luego del lavarropas adquirimos al nene al contado, como tardaron nueve meses en entregarlo, nos obsequiaron también una nena. Aceptamos los mellizos, a pesar de que en la lista decía muy claro varón. La inflación de aquellos días fue un incentivo que a nuestra creatividad, le entregó el capitalismo. Como se habrá dado cuenta, yo soy afecto a leer estadísticas, y le diré que en ese periodo el nivel de arterioesclerosis en la argentina disminuyó sensiblemente. Yo ya era gerente, pero para poder llegar a fin de mes, un tío de Margarita me vendió en cómodas cuotas una máquina para confeccionar trapos de piso los fines de semana. Él se comprometía a comprarnos la producción, y de la misma, descontar nuestro pago. Una firma extranjera de detergentes, nos invitó a Margarita y a mí para distribuir sus excelentes productos de limpieza, matando dos pájaros de un tiro: movilidad ascendente dentro de la firma según la productividad, y acercamiento de amigos para inversión. Nos enorgullecía poder ayudarlos, cuando se enfrenta una crisis. Le puedo asegurar que esto solo lo posibilita el capitalismo. En esa firma llegué a ser director de segunda instancia. A cada ascenso le correspondía un cambio de alfiler de corbata, que la empresa nos obsequiaba conteniendo una piedra preciosa más grande. Como usted ve, para cumplir las metas, tuve que realizar algunas correcciones para no torcer el destino. El departamento 1050 en el centro, lo cambiamos por otra hipoteca en los suburbios, pero con ventaja, ya que tenía un ambiente más y un espacio para hacer asado. Lo que tuve que recalcular fue la ausencia diaria del hogar. Para unir la cooperativa y el hogar, debía tomar dos colectivos y un tren, así que salía de madrugada y llegaba de noche cuando mis hijos ya dormían. Debo reconocer que esta situación me fastidiaba, ya que no podía hacer uso de mi descendencia tampoco los fines de semana. Pero dios aprieta sin ahorcar. Recuerdo que el uno a uno nos incentivó a viajar al exterior, y traer de allá la mejor y más moderna tecnología, al mejor precio. Esto es solo posible en el capitalismo. Sí, lo del automóvil era un subgrupo del subtema insumos de la meta empleo jerárquico. Cuando tomamos posesión del 1050, comencé a abonar un rombo en el cual en 60 meses me podían entregar un vehiculo bajo la forma de sorteo o licitación. Antes del uno a uno y por culpa de posesos anticapitalistas, me vi en la obligación de entregar el rombo, recuperar parte de la inversión y evitar el embargo de los muebles. Si señor, esto sucedió en el capitalismo pero no por culpa de él. No le voy a negar que pasara por situaciones desesperadas. A lo que he descripto sucintamente debo agregar los episodios del corralito y el corralón. Si bien mi grupo familiar no tenía ahorros, A Margarita y a mí ya no nos quedaban amigos para que invirtieran en detergente, pero tampoco empresa donde adquirirlo. La cooperativa también cerró, y yo desocupado. En ese periodo, fue que perfeccionando mis planillas frente al televisor, caí en la cuenta de lo que estaba diciéndome a mí, ese ministro pelado. La palabra era ¡Ajuste!   Si señor, esa era la clave, ajuste era la palabra, la abre puertas, y ese hombre, como un ángel de la guarda, en el momento de mi mayor desesperación, mostraba el camino que debía seguir, el que ninguna de mis extensas listas abarcaba. Si el gobierno se sacrifica y ajusta, yo debo sacrificarme y ajustar. El ministro bajaba las jubilaciones y los salarios y el presidente buscaba un candidato para endosarle el avión presidencial, y todo, para evitar que el capitalismo caiga. Porque como bien sabemos por los libros de historia señor, si el capitalismo desaparece solo queda el caos eterno. Ahora bien, sostengo y creo que ustedes comparten que ajustar no es fácil, es necesario con el bisturí llegar al hueso, y eso sin anestesia duele. A pesar de estos riesgos, mi depresión se fue debilitando, y con nuevos bríos me dí a la investigación urgente. Si el presidente y el ministro lo hacían, yo debía acompañarlos. Sobre la mesa de mi comedor esparcí por tandas las listas confeccionadas a lo largo de mi vida. Observándolas, me di cuenta que el próximo paso era la ponderación. Me refiero doctor, a cual era el gasto total que producía los bienes y entorno familiar, y que porcentaje ocupaba en él cada desagregado. Sí, le explico: supóngase el rubro vestido: Margarita compra un vestido al año, un par de zapatos total $ 10. Mi hijo un  pantalón y una camisa total $8.- y yo  no llego a $7. Pero mi hija Teté señor gasta en el rubro vestido un total de $75.  Esto quiere decir que sobre 100 Teté gastaba 75. Imagínese que el ajuste debía ser drástico si se quería obtener resultados. Realicé una ponderación histórica rubro por rubro, planilla por planilla, más tarde saqué promedios y medianas. A  medida que iba teniendo un acercamiento al posible diagnóstico, mi espíritu aterrado se marchitaba. Siempre Teté desbalanceaba la posibilidad de una economía sana. Ya le dije doctor, que teté no estaba ni dibujada en mis primeras listas, llegó escondida detrás del varón, era el parásito que se alimentaba del cuerpo sano del hogar, exprimiéndolo. Cuando le conté mis elaboraciones a Margarita, me trató de loco. Comprendí entonces que ella había sido la cómplice que tuvo Teté durante todos esos años. Miré nuevamente mis listas, e hice ponderaciones, y comprendí que a pesar de las otras opiniones, yo debía ajustar. Dónde trazo la línea ¡eh? Tomé un cinturón, regalo de mi padre, y lo ajusté al cuello de Teté. Solo devolvió el sándwich que comía, se lo juro. Luego hice lo mismo con el de Margarita, que abrió muy grandes los ojos. Quería decirme algo, no sé por qué no habló doctor. En mi celda continúo confeccionando listas. Usted no se imagina lo exitoso que fue el ajuste. 

                                                                                                               Eduardo Wolfson

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