lunes, 1 de junio de 2015

1968 Ensalada rusa.

 Fragmento del libro inédito “Sobre ráfagas y ausencias”

        
          -Voy a estudiar letras papá.
         Cenamos, mi viejo se sirve un poco más de la ensalada rusa. Mi hermano mayor lee un libro mientras come. Mamá acerca el segundo plato.
         - Y ¿qué pensás darles para comer a tus hijos, sopa de letras?
         La interrogación socarrona me molesta, me llena de bronca.
         Pretende que yo sea farmacéutico, hasta me prometió instalarme la farmacia ni bien me reciba. Un año pasé estudiando en bioquímica, y no me la banqué. Encandilado por las zanahorias que él me tiraba, el secundario lo hice a los ponchazos. La primera planta umbelífera me la dio cuando terminé el primario. Yo quería ingresar al liceo naval, él sugirió que hiciera el bachillerato hasta tercer año, para entrar directamente a la escuela de oficiales. Cuando me echaron del colegio, propuse trabajar. Me demostró que sin el ciclo básico no pasaría de cadete, y yo, soñaba con ser gerente. Acepté estudiar para rendir libre. Fue un esfuerzo inútil, así que repetí. Después, a pesar suyo, con la condición que termine el bachillerato en la nocturna, me consiguió trabajo.
        
         Me levanto hecho un trueno sin contestar, mi hermano continúa leyendo su libro, y el viejo comiendo la milanesa.
         Y ahora, después de mi ejercicio de dignidad: ¿cómo hago para pedirle guita? Necesito componer las formas, la estrategia es una cosa, pero la táctica señala que debo abdicar. Aunque no nos soportamos, mi viejo, a veces lee mi pensamiento. Pone la mano en su bolsillo y me da unos billetes. Me palpo para comprobar que llevo mis documentos, y salgo dando un portazo.

         En Politeama, le doy unos pesos al gallego Esteiner, y por debajo de la mesa, me entrega una documentación impresa, muy voluminosa, de Política obrera.
         –Léela, la próxima semana la discutimos.
         Todo lo que el gallego entrega, me resulta difícil y aburrido, y creo que se dio cuenta. Cuando intento leer lo de la teoría del valor, seguro me duermo. Pero me satisface ser militante troskista y sentarme con el gallego. Las mujeres nos observan, me siento importante. Disimulo, coloco los papeles en el portafolio, pago el café.
         Desde una mesa en la ventana, el colorado Pedro me pide auxilio, está con dos minas que no conozco. Me las presenta, les doy cinco o seis años más que nosotros. Hablan entre ellas como si el colorado y yo no existiéramos.
-José ya tiene 50 años. _dice la que está a mi lado_.
         -¿No te parece que está un poco crecidito? _pregunta la otra_.
         -Es muy dulce, hace lo que yo quiero.
         -Como un padre.
         -¿Vas a empezar con Freud para arruinarme la noche?
         - No es mi intención.
         - ¿Y cuál es?
         - Saber por qué aguantás a ese viejo meloso.
         - Ya te dije, es muy dulce, aparte es un tipo inteligente, no te aburrís como con los pendejos.
         El colorado y yo nos sabemos sapos de otro pozo, pero no reaccionamos. La que tengo en frente, reflexiona en voz alta:
         -Tipo inteligente con la billetera llena.
         -Me estás agrediendo.
         -Sinceramente, ¿te sentís bien saliendo con él?
         - Si, por supuesto, te lo estoy diciendo.
         - Y en la cama… ¿Cómo es?
         - Bien.
         - Bien nada más.
         -¡Nélida!. Están los chicos.
         Esos somos nosotros, el colorado está pálido y le brillan los ojos.
         - Hacé de cuenta que no están, ellos son compañeros. ¿Qué pasa con la cama?
         - Bueno imagínate, no es sencillo. ¿Cómo Querés que te explique?
         -¿Terminan juntos?
         Sobre el mantel vuelco un vaso de agua.
         -¡Mirá lo que lográs!, me hacés ruborizar
         -¡Querida!, ¿tenés orgasmo con él?
         -Si, pero en forma artificial
         Orgasmo, palabra rara si las hay. El colorado adivinando mi ignorancia y pedido de auxilio, se encoge de hombros. Otro incapaz de ayudarme. Trato de memorizar y deduzco. Si el de ella es artificial, debe existir alguno, en algún lugar del mundo que es natural.  El salón está lleno, en la mayoría de las mesas para cuatro se sientan seis, y consumen un café.
        
         Sigo la rutina, ya es hora del Lorraine. Ruego que no proyecten “La Madre”, este mes la vi tres veces. Pero si salen con una de ese sueco Bergman, que los tiene locos a todos, entonces prefiero que vuelvan a dar “La Madre”. En el hall nos saludamos, con muchos no he cruzado una palabra en mi vida, pero nos conocemos del Politeama, del Lorraine y de Pippo, somos algo así como una hermandad que no se publicita. No puede ser: “La fuente de la doncella”, Bergman otra vez. A la salida, ya lo puedo escuchar al Cucho dando cátedra, a las minas y a giles como yo, mientras se nos enfría el tuco y pesto sobre las mesas con manteles de papel. Lo imagino con sus enormes anteojos con vidrio de sifón, estirándose en la silla de la cabecera, y abrumando con su voz aflautada:
         -Este sueco es una genialidad, hay que conocer su obra para gozar. ¿Notaron cómo se interroga sobre el sentido de la existencia humana? Sus imágenes son la sinceridad de su agnosticismo. ¿No se dieron cuenta que el hilo conductor de su pesimismo está entre el irracionalismo de la filosofía y el misticismo del ideal?
         Esas palabras nos dejan atolondrados, pero siempre hay alguno que se atreve a contestar casi en los mismos términos:
         -Yo no creo Cucho que su hilo conductor sea el pesimismo. Más bien, en todos sus film, intenta bucear sobre el origen de la ferocidad y soledad humana y sobre todo en su indagación, a veces velada y otras, explicita, se pregunta acerca de la construcción posible de un mundo sobrenatural.
         A estos cada vez los entiendo menos, las minas los miran obnubiladas sin importarles un comino que se le enfríen los fideos. Yo no hablo, no quiero que me tomen por boludo. Si les digo lo que realmente entiendo, seguro que me ponen cara de lástima. Mejor mantener la hipocresía, callarme sobre esas agobiantes imágenes sin sentido que no terminan nunca, que consiguen ponerme incómodo en la butaca, y recordarme, que el cine está lleno de pulgas. Mejor no opino y aprovecho los vermichelis aún tibios.

         Introducción a la sociología, aula magna, primer día. El profesor titular es un tal Campoy. Un compañero me cuenta que el tipo vive en Mendoza, que la universidad le paga el avión y la estadía para que venga a dar sus clases magistrales. El pizarrón está escrito: “La universidad orienta la enseñanza como sistema educativo de la clase dominante”. Entra un tipo alto, flaco, de bigotes finitos y cubierto por un traje de franela. Sale. Vuelve con un bedel uniformado con guardapolvo gris. Con un borrador, hace desaparecer la frase del pizarrón. El bedel se va, Campoy se queda. Nos dice que en el programa nos familiarizaremos con los grandes de la sociología, Pareto, Sombart, Sorokin y sobre todo Talcott Parsons. Y la estructura de la acción social.
        
         -Soldado, ¿usted pidió franco para rendir introducción a la sociología?
         -Sí mi teniente coronel.
         -¿Pero usted no estudia bioquímica?
         -Dejé mi teniente coronel.
         -¿Por qué dejó?
         - No me gustaba mi teniente coronel.
         - Y, ¿le gusta el kremlin?
         - No sé que es el kremlin mi teniente coronel.
         - Y a la facultad de filosofía y letras, ¿cómo la llama el soldado?
         - Facultad de filosofía mi teniente coronel.
         - Pero no me va a negar que un 90% de los que están en ese antro son comunistas.
         - Pero hay un 10% que no mi teniente coronel.
         Voy a la facultad con el uniforme. Desde que el teco se enteró que estoy en filosofía, me convertí en su obsesión. Kosuch, su asistente, me contó que le escuchó una conversación telefónica, pidiéndole a alguien que me tenga en observación. A pesar de mi disfraz, los bolches del centro de estudiantes, mis compañeros troskos y otras yerbas, no dejan de acercárseme proponiéndome participar de delirios en pleno estado de sitio.
         -Pero no te das cuenta que estoy haciendo la colimba. _le digo a tato que me invita a una asamblea_
         -No me hablés que me tienen fichado y podés caer en la volteada. _le susurro a Lucarelli que trae unos afiches con la cara de Onganía cruzado con la palabra prohibido.
         Me voy a Diógenes a tomar un café. Está Susana, con ella puedo hablar, no creo que esté en nada, además es un bombón. Buena señal, se sonríe al verme.
         -Así que te agarraron los milicos.
         -No tuve suerte en la lotería.
         -Vos, ¿con quién te analizas?
         -No, yo no.
         -Claro, el servicio no te deja tiempo.
         -No, no tengo necesidad de analizarme.
         Los grandes ojos de Susana se desencajan. Su boca se tuerce. Mira las otras mesas, trata de sonreír:
         -¿Me estás cargando? _pregunta y me saca de foco_.
                                                                           Eduardo Wolfson


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