domingo, 10 de junio de 2012

No es moco de pavo

Fragmento del trabajo inédito de Eduardo Wolfson "Espéculo para armar"
Bernardino grabado 
en sesión de análisis

-        Desde mi más tierna infancia odié a la gente decente. Si me enteraba que alguno de los que me rodeaba, lo era, sentía nauseas. Ya en mi adolescencia, los decentes me producían un aburrimiento Terminal. Su ausencia de maldad, los deja con tan pocos elementos vitales, que los repiten rutinariamente hasta el hartazgo.
Sin embargo, cuando se me acusó de ser la causa fortuita del infarto y posterior locura de mi padre, no sucedió por creerlo decente, sino porque soy la resurrección de Facundo Quiroga, a pesar de haber nacido en el barrio de Devoto. Sino fíjese, él, Facundo, era un jugador empedernido como yo, y a su padre le pegó un cachetazo cuando intentó negarle dinero. Por lo mismo fue el infarto y la locura de mi padre. Ni Facundo ni yo, pudimos creer en la trascendencia, porque de hacerlo, perderíamos la emoción de nuestras acciones. Él llevaba como estandarte una bandera negra con la calavera, los dos huesitos cruzados y la leyenda, “Religión o muerte”. Para el marketing de la época fue un adelantado, Facundo, como yo, sabía que para triunfar, al público había que materializarle los ratones, que debido a las pulsiones de aquellos bárbaros, crecían como conejos, y se desplazaban del subconsciente al inconciente, mientras el pobre gaucho que los contenía giraba por esos llanos áridos, buscando una alimaña para matar.
El que lo descubrió fue Sarmiento, cuando se encontró con ese manuscrito donde Facundo declaraba: que no se confesaba, que no oía misa, que no rezaba, que no creía en nada. En lenguaje de hoy, diría, que Quiroga indicaba que todo aquello estaba hecho para que lo compren los giles.
A la misma edad en que Quiroga se jugaba el ganado paterno, yo alquilaba las habitaciones de mi padre a parientes de muertos flamantes, y me jugaba las rentas con los vivos.

Pero fue el mismo Sarmiento, que preocupándose por el instinto asesino del caudillo riojano, y algunas inesperadas bondades se preguntaba: “¿Por qué no ha de hacer el bien el que no tiene freno que contenga sus pasiones?” Y él mismo se respondía:”esta es una prerrogativa del poder como cualquier otra”.

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